La sensación de ansiedad en realidad no es algo malo ya que se trata de un mecanismo de defensa que nos ha traído hasta nuestros días a lo largo de la evolución, demostrando ser de gran eficacia. Es nuestro sistema neurovegetativo que se dispara ante amenazas graves que pone en riesgo la vida. Es un mecanismo universal, se da en todas las personas, es normal, y adaptativo. La ansiedad, pues, nos empuja a tomar las medidas convenientes huir o atacar o hacerse el muerto, según el caso y la naturaleza del riesgo o del peligro.
El ser humano es el único ser vivo que puede proyectar su mente hacia el pasado o hacia el futuro. La proyección de resultados negativos hacia el futuro, debido o no a experiencias pasadas, desencadena en el momento presente la ansiedad patológica. Y es patológica porque el riesgo o el enemigo no es real, pero el cerebro primitivo dónde se dispara el mecanismo de supervivencia, reacciona como reaccionaba en nuestros antepasados ante el ataque real de un depredador, disparando los niveles de adrenalina y de cortisol, ambas segregadas por las glándulas suprarrenales. Ambas sustancias preparan al individuo para ejecutar las órdenes del cerebro de huida o ataque.
El cortisol ralentiza los mecanismos de reparación del cuerpo y baja el sistema inmunológico para tener más energía disponible para superar el momento de peligro, también libera gran cantidad de glucosa en sangre para tal fin.
La adrenalina incrementa el ritmo cardíaco y el respiratorio, estrecha los vasos sanguíneos, dilata los bronquios y aumenta la entrada de oxígeno en el cuerpo. Otras hormonas relacionadas con la ansiedad son la dopamina y la noradrenalina.
La dopamina es un neurotransmisor encargado de la sensación de placer. Si la ansiedad se cronifica el organismo puede dejar de producirla conduciendo al individuo a una depresión, por incapacidad para sentir placer.
Cuándo la ansiedad se cronifica aparece el Trastorno de Ansiedad Generalizada o TAG.